jueves, 23 de agosto de 2007

Fin de samana en Santiago de Compostela

El pasado septiembre de 2006 hubo en Santiago un concierto de rap al que fui con dos amigos de aquí (Valladolid) y otros dos de A Coruña, donde actuaba mucha gente conocida. Bien, del concierto poco que decir: Entretenido, mucha droga alrededor y de más, lo que es un concierto de rap. Lo interesante de esta historia viene después cuando salimos y nos vamos de bares en una ciudad que ninguno conocemos y no solo eso, si no que las drogas no son precisamente las mejores amigas del sentido de la orientación. Empiezo.
Salimos del recinto que estaba (creo) a las afueras y nos dirigimos al centro, en ese momento no sabiamos como habíamos llegado pero llegamos. Estuvimos danzando por bares muy normalillos y no nos lo pasamos bien, decidimos buscar un antro donde poder pillar cachis baratos y salir a fuera, pues hacía una noche espléndida. Por cierto Santiago de Compostela es muy extraña, vallas por donde vallas, si no tienes un destino, siempre acabas en la Plaza Madrid que esta en el centro, así que imaginaros lo que nos costó salir de allí. Estuvimos dando vueltas por la ciudad hasta que más no pudimos y nos tiramos dentro de un portal a descansar, en ese momento un chaval que estaba con nosotros se va diciendo que ahora volvía, en cuanto desaparece no quedamos en silencio, un silencio pensativo y preguntamos los cinco a la vez: ¿quien es ese?. Todos pensábamos que era amigo de alguno y además nadie recordaba cuanto tiempo llevaba con nosotros, seguramente toda la noche pero esas fueron de las pocas palabras que dijo, el era el que nos había estado guiando por la ciudad sin decir palabra sin presentarse, sin pedir nada a cambio. Debió llegar cuando ya nos habíamos dormido, por que cuando nos despertamos dos horas después, poco antes del amanecer, él ya estaba allí. Nos dirigimos en busca de un lugar donde desayunar y lo encontramos rápidamente, en el camino del portal hasta la cafetería le preguntamos como se llamaba, la edad y si era de allí, lo normal en esos casos. Llegamos a la cafetería y pedimos cinco tazas de chocolate y dos docenas de churros (todo a 7’50), el chico no quiso nada y eso que le quería invitar como pago por ser tan buena persona y habernos echado un cable sin pedírselo si quiera. Después, desayunando casi ni hablamos, teníamos mucho hambre, y en ese momento dijo las últimas palabras que le oiríamos pronunciar con ese acento tan cálido que tienen los santiagueses: os robo un churro. Poco después salimos de allí, le doy mi teléfono y le pido que me de un toque para tener yo el suyo, me le da y se despide con la mano, no le hemos vuelto a ver.
Cuando el Sol ya había salido dimos una vuelta por el casco antiguo pero no aguantamos más de cinco minutos, estábamos destrozados, pillamos un par de taxis y nos fuimos a un albergue de peregrinos que nos habían recomendado. Según llegamos nos echamos a dormir y no levantamos cabeza hasta la noche, nos duchamos y salimos de fiesta, pues ya conocíamos más o menos la ciudad, y de camino en el bus pensamos en llamar al chico misterioso pero lo dejamos para después porque queríamos ver la catedral y la plaza de Obradoiro. Ya allí, le llamamos y en vez de dar tono sonaba una canción de Bob Marley, no lo cogió, lo intentamos otra vez, y otra vez la canción pero él no lo cogía, de repente en el ambiente algo cambia, nos miramos y lo entendemos.......
Yo nunca he creído en Dios y mucho menos en la Iglesia, ni en ninguna religión pero ese día se nos apareció un Santo que ayudó a cinco turistas borrachos y perdidos en una ciudad que no conocían. ¿Adivináis cómo se llamaba el chico? Iago, Sant Iago.

No hay comentarios: